El amor no se jubila: una mirada psicogerontológica al enamoramiento en la vejez

A menudo, la cultura contemporánea nos ha hecho creer que el amor romántico es un privilegio exclusivo de la juventud. Desde los medios de comunicación hasta las narrativas familiares, la idea del enamoramiento en la vejez suele ser minimizada, ignorada o, peor aún, ridiculizada. Sin embargo, la psicogerontología —la rama de la psicología que estudia el proceso de envejecimiento— ha demostrado que las personas mayores no solo pueden enamorarse, sino que este amor puede ser profundo, saludable y significativo.

Este ensayo propone una reflexión integral sobre el fenómeno del enamoramiento en la adultez mayor, sus particularidades emocionales, las barreras sociales que lo rodean y los beneficios psicológicos que conlleva, desde un enfoque basado en evidencia científica y sensibilidad humana.

El derecho a amar después de los 60

Envejecer no implica renunciar a los afectos ni a la vida emocional. Por el contrario, muchas personas experimentan en la vejez una necesidad renovada de intimidad, compañía y conexión afectiva. La psicogerontología ha sostenido que el amor en la vejez no solo es posible, sino que forma parte del bienestar emocional integral. La teoría del ciclo vital de Erik Erikson propone que en la última etapa de la vida —la integridad frente a la desesperación—, el ser humano busca reconciliarse con su historia y encontrar sentido a su existencia. En este proceso, los vínculos afectivos se vuelven pilares de integración emocional.

Además, la teoría de la selectividad socioemocional de Laura Carstensen (1992) plantea que, al percibir el tiempo como limitado, las personas mayores tienden a priorizar relaciones afectivas significativas por encima de aquellas superficiales. Esto explica por qué muchas personas mayores valoran tanto una nueva oportunidad amorosa: no buscan acumular vínculos, sino encontrar uno que les brinde compañía emocional y sentido.

Particularidades del enamoramiento en la vejez

Lejos de ser una réplica del amor juvenil, el enamoramiento en edades avanzadas posee características únicas. Suele estar marcado por una mayor estabilidad emocional, menor idealización de la pareja y un enfoque más profundo en la intimidad emocional y la reciprocidad. La experiencia acumulada permite, en muchos casos, un tipo de amor más consciente, menos impulsivo y más genuino.

El deseo sexual, aunque frecuentemente silenciado por estereotipos, también puede mantenerse presente. Diversos estudios han confirmado que tanto hombres como mujeres mayores continúan experimentando deseo, placer y necesidad de contacto físico. No obstante, la sexualidad en la vejez tiende a transformarse, priorizando la ternura, la conexión emocional y la complicidad sobre el rendimiento físico.

En este sentido, el enamoramiento en la vejez es una forma de resiliencia emocional. Permite sanar heridas del pasado, renovar el sentido de vida y enfrentar los desafíos de esta etapa con mayor fortaleza. En palabras del geriatra Luis Miguel Gutiérrez Robledo, “el amor en la vejez puede ser tan poderoso como en cualquier otra etapa, pero más sabio”.

Estigmas sociales y culturales

A pesar de estos hallazgos, el enamoramiento en la vejez aún enfrenta múltiples barreras sociales. El edadismo —discriminación por edad— suele pintar a las personas mayores como asexuales, desinteresadas o incapaces de amar. Las familias, en particular los hijos adultos, a veces rechazan la idea de que sus padres vuelvan a enamorarse tras enviudar o separarse, proyectando sobre ellos sus propios temores, culpas o prejuicios.

Esta presión social puede generar sentimientos de vergüenza o culpa en las personas mayores, llevándolas a ocultar sus relaciones o incluso a reprimir sus emociones. El amor, entonces, se vive en silencio, como si fuera un acto inapropiado. Esta invisibilización tiene un costo emocional: alimenta la soledad, disminuye la autoestima y limita el derecho a una vida plena.

También es importante señalar que los medios de comunicación rara vez representan historias de amor entre personas mayores. En las telenovelas, películas o series, el romance suele estar reservado para los jóvenes, lo cual refuerza la idea de que el amor tiene fecha de caducidad.

Beneficios psicológicos del enamoramiento en la adultez mayor

Lejos de ser un “capricho tardío”, el enamoramiento en la vejez puede tener un impacto profundamente positivo en la salud mental y física. Estudios como el de Henry et al. (2011) han demostrado que los adultos mayores que mantienen relaciones románticas reportan menor depresión, mayor bienestar subjetivo, mejor salud cardiovascular y mayor esperanza de vida.

Estar enamorado estimula la liberación de hormonas como la oxitocina y la dopamina, que favorecen el estado de ánimo y fortalecen el sistema inmunológico. Además, la presencia de una pareja puede fomentar rutinas saludables, aumentar la motivación y brindar apoyo emocional frente a enfermedades, pérdidas o duelos.

Desde una perspectiva humanista, amar y sentirse amado otorga sentido a la existencia. El amor permite construir nuevos proyectos de vida, resignificar el presente y enfrentar el futuro con esperanza. Por ello, favorecer el derecho a enamorarse en la vejez no es solo una cuestión de libertad emocional, sino también de justicia afectiva.

Conclusión

El amor no se jubila. Persiste, se transforma y, a veces, florece con más fuerza en la vejez. Reconocer y valorar el derecho de las personas mayores a enamorarse es una tarea urgente para la sociedad, la familia y la comunidad terapéutica. Desde la psicogerontología, tenemos la responsabilidad de romper los estigmas, acompañar con sensibilidad estos procesos y promover una cultura del envejecimiento que abrace la afectividad como un derecho humano.

El enamoramiento en la vejez no es una anomalía: es una expresión legítima de vida, una señal de que el corazón sigue latiendo con fuerza, aun cuando el cuerpo envejece. Y en un mundo donde tantos adultos mayores viven en silencio afectivo, amar —y permitirse ser amado— puede ser, quizás, el acto más valiente y sanador de todos.

Gracias por leerme,
— Carlos

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