La romantización del trauma

No todo dolor te hace más fuerte, y no todo sufrimiento necesita sentido

Vivimos en una época donde el dolor ha sido estéticamente embellecido. Donde frases como “todo pasa por algo”, “lo que no te mata te hace más fuerte” o “las cicatrices son símbolo de poder” circulan como si fueran bálsamos emocionales. La narrativa del guerrero, del resiliente, del que resurge de sus propias cenizas se ha vuelto un ideal romántico de sanación.
Pero ¿a qué costo?

La romantización del trauma es una forma silenciosa de invalidación. Porque mientras se admira la capacidad de alguien para resistir, se ignora el dolor real que esa resistencia implicó. Se aplaude la supervivencia, pero no se acompaña la herida. Se idolatra la fuerza, pero se desconoce la soledad que la hizo necesaria.

Cuando el sufrimiento se convierte en medalla

Muchos pacientes llegan a consulta preguntándose por qué aún les duele “si ya pasó tanto tiempo”, o sintiéndose culpables por no haber aprendido una lección clara de su sufrimiento. Sienten que “deberían estar agradecidos” por lo vivido, porque eso los hizo más fuertes. Porque así lo dijeron en casa. Porque así lo leyeron en redes.

Pero no todos los traumas traen sabiduría. No todos los duelos nos transforman para bien. Y no todas las heridas nos vuelven mejores personas.

Hay experiencias que solo duelen. Que quiebran. Que te cambian, sí, pero no porque tú lo elijas, sino porque el dolor arrasa con todo lo que eras.

En la cultura del “positivismo tóxico” se busca siempre una narrativa que transforme el dolor en algo útil. Como si sentir tristeza o rabia fuera un error que debe corregirse rápido. Como si no aprender del trauma te hiciera emocionalmente inmaduro. Como si estar roto fuera un estado vergonzoso que hay que maquillar.

El derecho a sentir sin justificar

Parte de sanar es poder decir: “Esto no tenía que pasar así”, “Esto no fue justo”, “No le encuentro sentido, y aún así me duele”.
Eso no te hace débil. Te hace humano.

La validación emocional no requiere grandes discursos, solo un espacio seguro donde no tengas que traducir tu dolor en lecciones. Donde llorar no sea visto como retroceso. Donde puedas decir “no estoy bien” sin necesidad de una conclusión esperanzadora al final.

El trauma no necesita ser glorificado. Necesita ser sentido, nombrado, acompañado.

La herida también merece silencio

En el trabajo terapéutico, se vuelve fundamental permitir que el paciente habite su dolor sin urgencia por entenderlo todo, sin presionarlo a encontrar el lado bueno. Muchas veces, sanar es dejar de buscar sentido para empezar a construir presencia.

Como especialistas, debemos desmontar el discurso de que ser fuerte significa aguantar. Que sanar es tener respuestas. Que salir adelante es sonreír.
A veces, la verdadera fortaleza es permitirte no tenerla.
Y la sanación, simplemente, comenzar a ser amable contigo en lo que te duele.

Porque no hay premio por sobrevivir.

Solo la posibilidad de vivir distinto, si así lo eliges.